La Madeja de Papel es un ante todo un punto de encuentro, el lugar en el que el ricón más íntimo y personal del autor se abre para ser compartido con aquellos que decidan asomarse a su interior. Es el ovillo en el que se encuentran entrelazadas las palabras, los pensamientos hechos letra, la fantasía que nos permite viajar a cualquier lugar o tiempo, los sueños que a fuerza de serlo se convierten en leyenda unas veces y en realidad otras, los cuentos en los que nos abstraemos para saborear una realidad ajena y las historias que inevitablemente necesitamos para mantener viva la ilusión del niño que hay aún dentro de cada uno de nosotros.

jueves, 1 de septiembre de 2011

ODIO POR LÁSTIMA

Muchas son las vergüenzas que planean sobre nuestro planeta, tantas como las impunes injusticias y atropellos cometidos bajo todos sus meridianos y paralelos, tantas como anónimas y efímeras huellas negras se imprimen día tras día, angustiosamente, sobre la indolente arena del desierto, huellas de gente que huye, huellas de personas que persiguen el sueño de una vida mejor y que se entregan a una travesía suicida en la seguridad de que cualquier cosa que les depare el destino será mejor que aquello de lo que pretenden escapar. Son huellas anónimas que serán barridas por un viento que volverá virgen la piel de las dunas, dejándolas de nuevo como una página en blanco sobre la que inevitablemente alguien volverá a imprimir el rastro de su incansable caminar, escribiendo con sus pasos hacia el desengaño la triste historia de su tragedia personal.

No consigo reponerme a esta realidad digerida sin dolor, a la que nuestra sociedad asiste enmudecida, volviendo la mirada hacia sus televisores de plasma, hacia sus coches nuevos recién lavados y encerados o hacia sus flamantes jardines de verde césped recién cortado.

Recuerdo cada día el momento en que mis ojos dejaron de ser ciegos, en el que mis oídos abandonaron la sordera. Tengo muy presente el día en el que mis sentidos despertaron del estúpido letargo al que se habían abandonado gracias a los malintencionados ruidos de una sociedad supuestamente avanzada, y que pretenden ahogar las voces de aquellos que reclaman su parte del pastel, de quienes en justicia, piden aquello que les pertenece y que durante siglos les ha sido robado de la peor de las maneras.

La nuestra es una sociedad instalada en una vergüenza que cada vez es más difícil ignorar, y a la que tarde o temprano, por las buenas o por las malas, la imparable fuerza de nuestra madre tierra nos obligará a afrontar y a reponer. Lo malo de todo esto es que cuando llega demasiado tarde, la justicia deja de serlo, y aunque de alguna manera exija devolver todo aquello que, a lo largo de la historia, ha sido usurpado a aquellos que no supieron cómo defenderse de la aplastante codicia que occidente ha ejercido y que sigue practicando sobre el resto del mundo en el inmaculado nombre de su desarrollo, nunca será posible resarcir la dignidad de quienes han sido robados, raptados, secuestrados, traficados, sometidos, desposeídos, humillados, esclavizados, violados, torturados y finalmente asesinados.

De todos los oscuros rincones del mundo que pretenden ser ocultados tras el esplendoroso desarrollo que separa a occidente del resto del mundo, África es el que más me duele. Cada una de las gotas de sangre que hoy en día se derraman sobre su tierra preciosa nos salpica a todos los que disfrutamos de una injusta opulencia construida a costa de las atrocidades y abusos que se cometieron en un pasado reciente del que hipócritamente decimos sentirnos avergonzados, y que igualmente se siguen cometiendo en nuestros días, ante nuestros propios ojos, mientras nos mantenemos ciegos, ignorando el  oscuro mundo que ocultan las enormes y luminosas vallas publicitarias que adornan nuestras calles, ajenos y sordos a los gritos de quienes llaman a las puertas blindadas de nuestro continente vilmente enriquecido, enviándoles el mensaje terrorífico de que la muerte es el precio que se paga por llegar a llamar a unas puertas que raramente se les abrirán.

No me excluyo de esta vergüenza, no escribo estas páginas para sentirme por encima de lo que aquí denuncio. Yo también tengo una tele de plasma, lavo y encero mi auto hasta verme reflejado en su brillante pintura metalizada, y me recreo en la fragancia fresca que desprende el césped de mi jardín cuando lo corto los domingos. Yo también engordo a base del pan robado en otro mundo. En esta absurda sociedad de la opulencia nos conformamos con arrojar las migas que a nuestra saciedad sobran, y lo hacemos además con enorme arrogancia, con la estúpida ignorancia de quien se siente bien vertiendo sus desperdicios al otro lado de la valla espinada que nos separa de aquellos que los aguardan con hambre furibunda, esperando además que por ello tengan que estarnos agradecidos.

Los mismos políticos que orquestaron en el pasado el impune saqueo de la tierra África y de sus gentes, son ahora los malditos fantoches que se ríen y ningunean a las madres desesperadas que piden llorando para sus hijos el pan que les fue robado a sus abuelos. Son los mismos políticos que, con sus bocas sucias de mentiras, proclaman en sus programas la verdad absoluta de que es necesaria la construcción y mantenimiento un muro infranqueable que nos distinga de aquellos que aguardan al otro lado, presentándonos como una peligrosa amenaza a aquellos pobres miserables que, sin más armas que su esperanza, se agolpan dispuestos a pelearse a muerte por las cáscaras de lo que no nos queremos comer. Pero somos todos nosotros los responsables últimos, los que los elegimos participando en sus mediocres pseudodemocracias, los que en cómplice silencio vemos como se gastan nuestros recursos en hacer cada vez más alto el muro de la vergüenza, somos nosotros los que aceptamos de manera cobarde la idea de que esta tierra, que se ha hecho próspera a costa de empobrecer a los demás, pertenece sólo a los que tienen el privilegio de haber nacido tan sólo unos kilómetros más al norte. Nuestros políticos levantan muros e inventan leyes injustas que segregan a miles de personas, dejándolas indefensas y a merced de las mafias que se enriquecen más y más traficando con ellas, ganando enormes fortunas con el infame mercadeo de desesperada carne negra, mafias que están dispuestas a compartir su lucro con aquellos mismos políticos que hacen las leyes a la medida de sus oscuros intereses.

Por toda la ira que se me acumula ante toda la injusticia a la que asisto y de la que yo también formo parte, empecé a odiarme primero a mí, y después a todos los demás. Pero un sabio que conocí me hizo ver que la ira y el odio desembocan en enfermedad, y después en muerte, así que me enseñó a transformar el odio en lástima. Por ello, ahora ya no me odio ni a mí ni a nadie. Ahora siento lástima, primero por mí, y después por todos los demás que, al igual que yo, no agitan con la fuerza suficiente sus puños contra el muro que nos separa de nuestros hermanos hambrientos.

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