La Madeja de Papel es un ante todo un punto de encuentro, el lugar en el que el ricón más íntimo y personal del autor se abre para ser compartido con aquellos que decidan asomarse a su interior. Es el ovillo en el que se encuentran entrelazadas las palabras, los pensamientos hechos letra, la fantasía que nos permite viajar a cualquier lugar o tiempo, los sueños que a fuerza de serlo se convierten en leyenda unas veces y en realidad otras, los cuentos en los que nos abstraemos para saborear una realidad ajena y las historias que inevitablemente necesitamos para mantener viva la ilusión del niño que hay aún dentro de cada uno de nosotros.

jueves, 1 de septiembre de 2011

SERENGUETI, EL INFINITO


Serengueti, la gran llanura, la tierra en la que la vida alcanza su máxima expresión. Por mucho que las busque, no conozco las palabras suficientes como para emprender la tremenda osadía de describirlo. Creo que su nombre es tan sólo una abreviatura, una simpleza que no alcanza a definir todo el significado de este lugar, una palabra en la que es imposible recoger todo lo que aquí sucede. Desde las altas colinas de Naabi se aprecia una vasta extensión de pasto interminable y que ya, en esta época del año, empieza a estar completamente seco, tan sólo se ve eso, y eso ya es mucho, tan grande que es posible apreciar la tenue curvatura de la corteza terrestre. Dejando atrás las colinas se desciende por una pista tortuosa e imposible para tomar contacto con el lecho de tierra infinita, y entonces se empieza a comprender que en esta parte del mundo tienen lugar algunos de los espectáculos naturales más fascinantes que tienen lugar sobre nuestro planeta. Las lluvias escasean desde hace algunas semanas y la hierba ha perdido el verdor que exhibía con orgullo hasta hace sólo unos días. Todos los que viven aquí sabían que esto estaba a punto de ocurrir, igual que ocurre todos los años, por lo que hace ya algún tiempo empezaron a reunirse en abstractos grupos de aliados para emprender el éxodo hacia las aún verdes praderas de Transmara, hacia el norte. Cebras y ñues se congregan en pequeñas manchas de varias decenas de animales, ellas tienen un gran sentido de la vista con el que localizan los muchos peligros que les acechan durante el tránsito, ellos no ven mucho, pero su olfato les permite localizar el agua y los pastos húmedos a más de sesenta kilómetros de distancia, y de esta manera guían al grupo hacia su propia supervivencia, es una simbiosis perfecta y armónica que se acrecenta según pasan los días, y unos grupos se unen a otros formando un grupo aún mayor que no dejará de crecer hasta que, unos cuantos kilómetros antes de alcanzar las orillas del río Mara, hayan conseguido formar una columna integrada por  casi dos millones de animales. Además de cebras y ñues, cientos de gacelas, impalas y búfalos se unen al desfile, todos quieren disfrutar de su parte del verde pastel que les aguarda al otro lado del río, y entre todos dibujan un informe e inmenso reptil negro y polvoriento que serpentea sobre la superficie de la tierra hacia un ansiado destino al que no todos llegarán. El río Mara será para ellos una estrecha frontera entre la vida y la muerte, el río en el que se decide quién seguirá adelante y quién ha llegado al final del camino. En los abruptos pasos que se han ido labrando a lo largo de los años entre ambas orillas, los animales se atropellan unos a otros, por un momento se rompe la aparente quietud que describían sus pasos, nadie se conoce, es un momento decisivo e inquietante. Muchos quedan atrapados en el lodo, o bajo la muchedumbre que se les viene encima, y los cocodrilos aguardan ocultos bajo las aguas turbias el momento idóneo para cobrar su peaje, atrapando entre las fauces de sus cabezas mastodónticas la carne que se les ofrece. Los impasibles hipopótamos, dentro de las mismas aguas pero un poco más allá, observan de lejos todo lo que ocurre, con ellos nadie se mete. Aquellos que alcanzan la orilla opuesta, se sacuden la adrenalina y retoman la serenidad que habían abandonado hace tan sólo unos instantes. Todo en este lugar gira en torno a la migración, los grandes depredadores siguen de cerca los pasos de sus presas, a donde van los unos van los otros detrás. Familias de leones caminan agazapados y ocultos entre los pastos más altos, asomando de vez en cuando sus melenas negras y sus barbas blancas para no perder de vista su rica despensa. Los leopardos  aguardan en silencio desde lo alto de alguna acacia para lanzarse sobre cualquier cosa que pase bajo sus garras. Los zorros orejudos emergen de sus madrigueras y miran a su alrededor, para ellos también debe ser un gran espectáculo. Enormes elefantes con sus pequeñas crías se asoman entre los pequeños bosques de las orillas del río para ver lo que ocurre. Ellos, al igual que las jirafas, no se moverán de su sitio, tampoco lo harán los rinocerontes, quienes prefieren caminar durante horas para buscar el agua que necesitan y después vuelven a su territorio. En esta inmensa llanura salpicada por colosales bloques de granito que se han ido redondeando a lo largo de millones de años, suceden muchas más cosas. Facóqueros y chacales merodean por todas partes, buitres de enormes alas, águilas crestadas y marciales, cernícalos, halcones, tejedores y abejarucos, y un sinfín de aves que aún no conozco, le ponen el color y la música a esta gran representación de la naturaleza al que no me canso de asistir. A veces escucho a alguien muy entendido decir que ésta es la octava maravilla del mundo. Yo pienso que bien podría ser la primera, aunque para mí este lugar, simplemente, es el infinito. 

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