Es el lugar del agua, de las aguas índicas nacidas en las altas montañas del Himalaya, aguas que surcan la tierra en todas direcciones antes de ganar la sal del océano, aguas que alimentan a los grandes ríos que vertebran la vida, pero que corre por las cloacas de los suburbios de las que beben por igual las ratas y los niños. Aguas que llenan los estanques sagrados donde se bañan los dioses, pero que también encharcan los suelos fangosos de los arrabales en los que se bañan perros y hombres. Aguas que riegan jardines fabulosos y frondosas selvas verdes incandescentes, pero también aguas que arrasan la vida para volver a crearla, que inundan la tierra con furia, como si el cielo se rasgase sobre ella. Aguas que, después de todo, terminan por abrazar a la tierra para hacerla fértil y rica para todos los que viven sobre ella, pero cuyos frutos sólo serán para unos cuantos.
Ni el crisol de colores que se funden bajo un sol inmenso y radiante, ni el más picante de los condimentos, consiguen disimular esta realidad sólo invisible para quien no la quiere mirar. Esta tierra es un pedazo de mundo sorprendente y sobrecogedor, apasionante y desolador, una tierra de Dioses Ciegos que prefieren no mirar lo que ocurre debajo de las magníficas montañas que se afanan en construir.
Delicado ensayo sobre la ceguera de aquel que siente con lucidez la verdadera esencia de la India. Gracias por guiarme a través de las majestuosas faldas de aquellos Dioses Ciegos, una experiencia inolvidable que sacude todos los sentidos, auténtica lección de vida que impregna a cualquiera. Gracias, amor!!
ResponderEliminarGracias por tus palabras Rosa, por tu delicado comentario, pero sobre todo gracias por haber hecho realidad el sueño de pasear mis ojos por esta tierra de dioses ciegos. Siento haber tardado en responder, pero la demora no le resta intensidad a lo agradecido que te estoy por tu comentario, por tus palabras, por tu sonrisa y por tu compañía en este gran viaje de la vida.
Eliminarte quiero